Angela Di Tullio
Universidad de Buenos Aires
Hemos de referirnos en este texto a una victoria de Borges, relevante sin duda para la historia de nuestra cultura, pero poco advertida por sus críticos: la batalla lingüística que libra con El Idioma de los Argentinos, de 1927 –ensayo por el cual Borges obtendría en 1929 el Segundo Premio Municipal- rematando más tarde con un texto crucial, en 1941: Las alarmas del doctor Américo Castro. Un aspecto interesante de este debate es el insólito enfrentamiento entre literatura y Universidad, a la cual Borges acusa de "coloniaje idiomático". Cuando Borges ataca fulminantemente a Américo Castro en 1941, lo hace con la independencia de quien está firme en su opinión de que
Hay varios rasgos que vale la pena subrayar en la estrategia de Borges en esta batalla lingüística. En primer lugar, cuenta con una poderosa y doble retaguardia: la de
El segundo cuerpo de retaguardia con que cuenta Borges es la generación del 80, donde resplandece el ejemplo de Mansilla, con una obra que imantará su atención: Causeries. Como en el caso anterior, Borges no va adherir afrancesamiento acendrado de esta generación, pero en cambio sí adoptará un rasgo esencial de su programa: la acentuación de la oralidad como suprema elegancia y aun más, como necesidad imperiosa en el estilo del lenguaje escrito. He aquí su célebre cita: "Mejor lo hicieron nuestros mayores. El tono de su escritura fue el de su voz; su boca no fue contradicción de su mano. Fueron argentinos con dignidad: su decirse criollo no fue una arrogancia orillera ni un malhumor. Escribieron el dialecto usual de sus días: ni recaer en españoles ni degenerar en malevos fue su apetencia. Pienso en Esteban Echeverría, en Domingo Faustino Sarmiento, en Vicente Fidel López, en Lucio V. Mansilla, en Eduardo Wilde. Dijeron bien en argentino: cosa en desuso. No precisaron disfrazarse de otros ni dragonear de recién venidos para escribir. Hoy, esa naturalidad se gastó. Dos deliberaciones opuestas, la seudo plebeya y la seudo hispánica, dirigen las escrituras de ahora."(El Idioma de los Argentinos, p. 29).
¿Cuáles son los frentes de batalla en el campo enemigo? Aun cuando Borges –y esto es parte de su estrategia- reconoce sólo dos, en realidad se encuentran tres, uno de ellos disimulado bajo las oscuras banderas del segundo frente adversario. El primer frente es el academismo hispánico y su odioso autoritarismo. Borges avanzaba ya entonces sus temibles púas contra Castro, al mostrar las distintas connotaciones de las palabras españolas a uno y otro lado del Atlántico: "La palabra "egregio", tan publicada por
Con su táctica acostumbrada, Borges ataca de sorpresa y al sesgo: en vez de internarse en arduas discusiones que probarían la superior calidad de una norma lingüística sobre otra, señala el derecho a la preciosa diferencia entre un dialecto y otro. Oblicuamente, sin embargo, sus ejemplos suponen en todos los casos que la norma rioplatense es más sutil que la del español peninsular y que la jactanciosa abundancia de léxico de que se vanaglorian los españoles no son sino formas de la hinchazón y la tontería: máscaras eufemísticas de la muerte. Aun más: la voceada superioridad lingüística de la metrópolis debería reflejarse en una "gran literatura poética o filosófica, favores que no se domiciliaron nunca ." en España(En esta argumentación resulta claro que Borges se funda en la filosofía de Croce, que identifica la lengua con su expresión literaria y poética, la única capaz de revelar su potencial fundamental). El examen al que se aboca Borges en este texto es demoledor: sólo se salvan de esta drástica hecatombe Cervantes y Unamuno.
El segundo frente enemigo será el "arrabalero", dialecto en el cual se subsume, junto con los detritus del lunfardo, un criollismo sainetero de mala laya. No es difícil percibir que en una misma maniobra acusatoria, Borges intenta alcanzar tanto a los orilleros –o peor aún, a los escritores demagógicos que pretendían asimilarlos so pretexto de color local- como al habla de los inmigrantes –en general italianos de primera y segunda generación- que bastardeaban el idioma. Borges los acusa de intentar introducir en el habla culta el lenguaje canalla y hermético del submundo carcelario. Como sabemos, una de las más probables etimologías del término "lunfardo" es la de "lombardo", y un elevado porcentaje de palabras del lunfardo son de origen italiano, como agaybo, fiaca, crepar, yirar, yeta y muchas otras. Borges sostiene que el lunfardo ha sido desdeñado por escritores populares, como Fray Mocho, Carriego o Sicardi; tampoco campea en las letras de las milongas o de los primeros tangos.
Lo que más le importaba en ese momento, con todo, era afirmar la prioridad de la "heterogénea lengua vernácula de la conversación porteña" en su inspiración literaria, como lo dice en su prólogo a Luna de Enfrente. Borges está afirmando de esta manera la supremacía de lo porteño contra lo no porteño (recordemos que los hombres del Centenario eran de extracción provinciana, como el cordobés Lugones, el santiagueño Rojas y el santafesino Gálvez); asimismo, establece el poder cultural de su clase social contra la ralea cocolichesca de los inmigrantes. Como lo ha advertido Olea Franco, el fiarse a los recursos de la conversación porteña para asentar valores literarios significativos implica la capacidad de abandonarse a inflexiones instintivas que no pueden ser adquiridas o copiadas. Sólo los porteños de rancia prosapia ejercen naturalmente esta norma, que excluye por igual a los españoles autoritarios, a los provincianos reaccionarios y a los italianos advenedizos. Interpretado de este modo, el programa de Borges es a la vez nacionalista , unitario y burgués y, como puede preverse, es también un programa ganador; tan es así que en realidad, éste programa nos ha regido hasta nuestros días.
*
icLa peculiaridad lingüística rioplatense y su sentido históro (Losada, 1941) no fue un libro afortunado. La respuesta de Borges, "Las alarmas del Dr. A. Castro" es sólo el más conspicuo, el definitivo, de una serie de artículos que reaccionaron frente a lo que se interpretó como una ofensa a la nación, a su historia y a su modo de hablar. Amado Alonso, en su reseña publicada en
En primer lugar, Castro se muestra prodigiosamente irritante con sus desafortunadas elecciones lingüístico-literarias, como la devoción con que cita a Avelino Herrera Mayor, Arturo Capdevila y Enrique Larreta, todos ellos adelantados de la causa hispánica en Latinoamérica y como él, enemigos acérrimos del voseo, "calamitoso rasgo" en el sentir de Castro, símbolo de las irregularidades lingüísticas que cuentan con una absoluta "impunidad social" y síntoma de "desequilibrio y perversión colectiva." También advierte Castro que
Un ejemplo interesante de los ataque lingüísticos que recibe Castro son los dos artículos publicados en "
En realidad, el severo diagnóstico de Castro sobre el español hablado y escrito en Buenos Aires coincide con el trazado por Amado Alonso en "El problema argentino de la lengua"(1935): problema, desbarajuste, desquicio, caos expresan la consternación de quienes ven en el entrevero lingüístico un síntoma alarmante de desorden social. La lengua significa orden no sólo porque organiza el pensamiento, sino también porque manifiesta la estricta jerarquía que rige la relación entre los grupos sociales: la ausencia de una clara estratificación lingüística en consonancia con la posición social de los hablantes es precisamente el rasgo que alarma en la lengua de Buenos Aires. Castro no ofrece sólo el diagnóstico, sino que lo interpreta como síntoma de una patología social, cuyas raíces históricas pretende desentrañar. Así arriba a conclusiones sobre la "esencia" del pueblo argentino : "plebeyismo universal", "instinto bajero", "descontento íntimo, encrespamiento del alma al pensar en someterse a cualquier norma medianamente trabajosa." En cuanto a las estrategias utilizadas para impugnar a Castro, el mismo Borges nos proporciona la respuesta en "Arte de injuriar" (1933. Historia de la eternidad). "Las alarmas del Dr. A. Castro" (1941) anticipa, desde el título, el mordaz humorismo con que Borges hostigará al filológo español. No parece azaroso que, en su teorización sobre el género, mencione, entre los términos denigrativos que el polemista esgrime para destruir a su oponente, el de doctor - "Doctor es otra aniquilación" (O.C. , p. 420). En primer lugar, Borges desbarata lo que se había planteado como "el problema argentino de la lengua" demostrando la falacia de identificar la lengua de Buenos Aires con sus parodias arrabaleras. (Ya en El idioma de los argentinos Borges había advertido precisamente contra tal identificación). Además de pulverizar la tesis de su contrincante, lo invalida por las torpezas de su estilo. La conclusión se formula en términos de una pregunta: "En serio, sin ironía: ¿Quién es más dialectal : el cantor de las límpidas estrofas que he repetido [las estrofas finales del Martín Fierro], o el incoherente redactor de los aparatos ortopédicos que enredilan rebaños, de los géneros literarios que juegan al football y de las gramáticas torpedeadas ?" La tácita respuesta resulta obvia: no sólo no es cierto que en España se hable mejor que en Argentina sino que en
Lo que queremos demostrar es que el alcance de este episodio es más amplio que el de una despiadada argumentación ad hominem dentro del consabido antihispanismo de Borges: en realidad, se trata de una polémica en la que está involucrado el Instituto de Filología del que Castro había sido el primer director- y dos formaciones intelectuales opuestas (R. Williams). Aquí es necesaria una escueta contextualización. Para contener o excluir la presencia ubicua del inmigrante y su dañina influencia, se proponían en aquel tiempo diferentes acepciones de "nacionalismos", uno de ellos el hispanizante. La creación del Instituto de Filología, que durante la guerra civil se convirtió en el centro de investigación más reconocido de la filología española, no fue ajena a esa pretensión. Sin embargo, cabe mencionar la reacción que encabezan dos figuras de segundo plano, Vicente Rossi y Arturo Costa Álvarez, quienes reciben un respaldo -más o menos circunstancial- por parte de Borges. Ambos objetan la legitimidad del Instituto en lo que respecta a la validez y la autoridad de un saber profesional en el terreno de la lengua, con sus exigencias de erudición y sus instancias de legitimación. (2). (Reiteradamente, Borges también expresó su fastidio frente al "aburrimiento escolar de los lingüistas profesionales" [3] ). Por otra parte, la procedencia hispánica de sus directores se hacía sospechosa de ejercer un tutelaje para recuperar dominios perdidos; por eso, ambos reclamaban que un argentino debía dirigir el Instituto.
Así defiende Borges a Vicente Rossi -si bien la audacia de la tesis de éste, que reivindicaba el aporte inmigratorio, sobre todo italiano, en la conformación de la lengua nacional, está claramente reñida con los: principios borgesianos: "Divisa por divisa, me quedo con la de mi patria y prefiero un abierto montonero como Vicente Rossi a un virrey clandestino como lo fue Don Ricardo Monner Sans (además, Vicente Rossi escribe incomparablemente mejor" (Síntesis, noviembre de 1928). Más reticente en